Hay
muchos casos de personas que experimentaron la emergencia de esa nueva dimensión
de conciencia como resultado de una trágica pérdida en algún momento de su
vida. Algunos perdieron todas sus posesiones, otros a sus hijos o a su pareja,
su posición social, su reputación o sus capacidades físicas. En algunos casos,
por un desastre o una guerra, lo perdieron todo a la vez y se encontraron «sin
nada». Podemos llamarlo una situación límite. Se les había arrebatado todo
aquello con lo que se habían identificado, todo lo que les daba su sentido del
yo. Y entonces, de pronto e inexplicablemente, la angustia o el miedo intenso
que sentían al principio dejaron paso a una bendita sensación de Presencia, una
profunda paz y serenidad, completamente libre de miedos. Este fenómeno debía de
conocerlo san Pablo, que utilizó la expresión «la paz de Dios que sobrepasa
toda comprensión».2 Es, efectivamente, una paz que no parece tener sentido, y
la gente que la experimentaba se preguntaba a sí misma: «Con todo lo que ha
pasado, ¿cómo es posible que sienta tanta paz?».
La
respuesta es sencilla, en cuanto te das cuenta de lo que es el ego y cómo funciona.
Cuando las formas con las que te habías identificado, que te daban tu sensación
del yo, se derrumban o nos son arrebatadas, puede producirse un colapso del
ego, porque el ego es la identificación con la forma. Cuando ya no hay nada con
lo que identificarse, ¿quién eres tú? Cuando las formas que te rodean mueren o
la muerte se aproxima, tu sentido del Ser, del Yo Soy, queda libre de su
enredamiento con la forma: el espíritu queda libre de su encarcelamiento en la
materia. Te das cuenta de que tu identidad esencial no tiene forma, es una
Presencia que todo lo impregna, un Ser anterior a todas las formas, a todas las
identificaciones. Percibes tu auténtica identidad como conciencia en sí misma, y
no como aquello con lo que se había identificado la conciencia. Esa es la paz de
Dios. La verdad definitiva de quién eres no es «yo soy esto o aquello», sino Yo
Soy.
No
todos los que sufren una gran pérdida experimentan este despertar, este abandono
de la identificación con la forma. Algunos crean inmediatamente una fuerte imagen
mental o forma de pensamiento en la que se ven como víctimas, ya sea de las circunstancias,
de otra gente, de un destino injusto o de Dios. Se identifican con fuerza con esta forma de
pensamiento y con las emociones que genera, como rabia, resentimiento, autocompasión,
etc., que ocupan inmediatamente el puesto de todas las otras identificaciones
que se derrumbaron con la pérdida.
Cuando
sufres una pérdida trágica, puedes resistir o puedes rendirte. Algunas personas
se vuelven amargadas o muy resentidas; otras se vuelven compasivas, sabias y
afectuosas. Rendirse significa la aceptación interior de lo que es. Estás abierto
a la vida. La resistencia es una contracción interior, un endurecimiento de la concha
del ego. Estás cerrado. Cualquier acción que emprendas en estado de resistencia
interior (que también podríamos llamar negatividad) creará más resistencia
exterior, y el universo no estará de tu parte; la vida no te ayudará. Si las contraventanas
están cerradas, la luz del sol no puede entrar. Cuando te rindes interiormente,
cuando cedes, se abre una nueva dimensión de conciencia.
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