Justo
antes de la Segunda Guerra Mundial, dos jóvenes que vivían en Cracovia,
Polonia, estaban muy enamorados, por lo que decidieron comprometerse. Cuando
comenzó la guerra, los nazis los enviaron a dos campos de concentración
diferentes. De alguna forma, ambos consiguieron sobrevivir a esos años
horribles y finalmente fueron liberados por los aliados. Poco después, el
hombre se encontraba en una fila para recoger comida con otros cientos de
sobrevivientes cuando vio a una mujer en otra fila. Su corazón comenzó a latir
intensamente, sus ojos se llenaron de lágrimas y corrió hacia ella, gritando su
nombre. Era su prometida.
Sobran
las palabras para describir la felicidad que ambos sintieron. La pareja fue a
dar un largo paseo para contarse lo que habían vivido en aquellos dolorosos
años. Finalmente, llegaron a una casa vacía. La mujer necesitaba usar el baño,
por lo que decidieron entrar. Tras unos minutos, al ver que su prometida no
salía del baño, el joven empezó a preocuparse. Se acercó y llamó a la puerta para
ver si ella estaba bien. No recibió respuesta. Entonces escuchó unos sollozos.
Él, golpeando la puerta, le suplicó que la abriera. Finalmente, ella accedió.
Él le
preguntó por qué lloraba, por qué no quiso salir del baño. Ella se secó las
lágrimas y le dijo que era la primera vez que se había visto en un espejo
después de tantos años. Se había horrorizado al ver su aspecto enfermizo: era
piel y huesos, estaba pálida, demacrada y enclenque.
¿Cómo
era posible que él la amara todavía?
El
joven la abrazó fuerte y le dijo: “En este momento, para mí eres la mujer más
hermosa del mundo”. Al principio, ella no entendía por qué. Él le contó que ni siquiera
se había dado cuenta de su aspecto físico cuando la había visto en la fila; en
cambio, había visto su alma brillar, la Luz y la energía que irradiaban de la esencia
de su ser. Fue así como la había reconocido.
Yehuda
Berg.
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