Varios
investigadores modernos han redescubierto algo que nuestros abuelos ya sabían:
reír es bueno para la salud. Pero no sólo reír; tomarse las cosas con buen
humor, positivamente, sin proyectar nuestra negatividad, todo ello ayuda a
vivir una vida más plena.
Es
conocido el caso de un importante ejecutivo de Nueva York que, al saberse
condenado a muerte por un cáncer irreversible, decidió pasar sus últimos días
con la mujer a la que amaba en un buen hotel viendo en vídeo todas las
películas de los hermanos Marx. El efecto de la mezcla, y sobre todo de los
hartones de reír que se hizo con los chistes y ocurrencias de Groucho, Harpo y
Chico fue espectacular: no sólo no murió en la fecha predicha por su galeno
sino que al cabo de unas semanas su cáncer había desaparecido. Se había curado
con la risa.
Todos
hemos podido comprobar cómo la risa hace que olvidemos las preocupaciones y los
problemas y encaremos la existencia más positivamente. Todos los pueblos
perseguidos han desarrollado un sentido del humor especial que sin duda les ha
ayudado a soportar la persecución.
Si nos
hallamos ante una persona deprimida, más que sesudos consejos o pertinentes
explicaciones de qué le está ocurriendo, lo que puede ayudarla realmente es que
la hagamos reír. El humor tiene algo esencialmente irracional que ayuda a desbloquearnos psicológicamente.
Los
estudios actuales no son definitivos, pero apuntan la idea de que hay una
estrecha relación entre la risa y las endorfinas. De entrada, con frecuencia el
hecho de reír produce un relajamiento que, como hemos visto, favorece la
producción de endorfinas. Efectos que podemos atribuir a estas últimas aparecen
también con la risa: se mejora más fácilmente en las enfermedades, es
antidepresiva y sirve para mantener la salud.
Jack
Lawson.
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